EPÍLOGO PARA UN SUICIDIO




Era una tarde gris, con una brisa rara que penetraba en cada centímetro de la ciudad. Estaba allí acostumbrado en la mesa de un café, sólo masticando los recuerdos con un cigarro viejo. Las semanas pasaban lentas y por las tardes en el traspatio de la casa, en su jardín medio marchito se sentaba con Juan, su viejo amigo y charlaban sobre Borges, Ezra, y de otros viejos poetas. Era exquisito hablar de Whitman o de Wallace, pero sus ojos tristes y vagos ya le habían arrancado el placer de hablar sobre aquellos geniales poetas.

Algunas semanas atrás había observado por las calles de la capital a Liz aquella chica hermosa de ojos marrones, piel trigueña, de mirada fogosa, y una sonrisa encantadora. Ella, se había marchado de su lado hace algunas semanas sin darle una razón lógica del porque de aquella ruptura. En la cabeza de aquel hombre habían muchas dudas, tenía que armar su propio rompecabezas y descifrar aquel desenlace. Ella mantenía una actitud de poco diálogo a veces sólo le daba lugar un saludo y aún cómo estás, pero no había accesibilidad para hablar del tema; ella aseguraba que no había nada más que hablar de aquel asunto mientras el se sentía confundido y triste.

Desde una vieja ventana, el trataba de no pensar en Liz, pero ella habitaba en sus pensamientos, en su ser emergía aquella llama de amor y pasión. Se sentó a meditar y pensar en todo aquello que había sucedido. La tarde seguía gris, en el para choque de la nostalgia; él toma un abrigo del armario y sale caminar por las calles de la capital, había humedad, llovía. En sus manos lleva un libro de Alfonsina Storni, para parar en la banca de un parque y distraer su mente en Alfonsina. Esa tarde Juan estaba ausente, había ido a la biblioteca a buscar algunas lecturas sobre Ambrose Bierce y T. S. Elliot para cambiar la rutina de la tarde.

Esa tarde era distinta a otras caminar por las asoladas calles a lo lejos Juan observa a Liz con un sujeto desconocido no sabía quién era; iban de la mano abrazando de esquina en esquina el amor. Juan desconcertado por aquella escena pensando que ella no le había observado. Juan había marchado a la casa de su amigo.

Ha Anochecido sobre la ciudad, Juan ha llegado a casa y exclama: Ah!!! Tengo que decir algo muy importante; mi corazón comenzó acelerarse sentía una opresión en el pecho, y con la voz entrecortada le dije: Juan dime lo que me tienes que decir que sobre Liz verdad? Sí me dijo; esta tarde mientras me dirigí a casa, la he visto de la mano con un sujeto la verdad es que del tipo no sé mucho sólo se le se llama J. y me he encontrado con Carmen me dijo que había visto que ese tal J. ha estado saliendo con Liz estos últimos tres meses, justo cuando tú y ella ya sabes todavía estaban juntos. Me puse pálido y un sudor helado paso por mi cara encendí un cigarrillo para tratar de calmarme, Juan siguió hablando y le dijo: mira esto es muy terrible ella saliendo con un tipo, y mira tú destrozado, enfermo con la mirada triste y lánguida. Fumamos algunos cigarros más y le pedí que se marchara y que regresara mañana temprano. Juan se marchó.

La noche fue muy amarga y triste apenas se marchó Juan yo me he sentado sobre la mesa y he tomado papel y lápiz para escribir una carta. Le he escrito a Liz con el dolor de mi alma, porque la amo, porque no voy a sobrevivir a este dolor. Me siento triste, sólo y vacío. He terminado la carta y he dejado instrucciones sobre la mesa.

Ha amanecido, esa mañana había un estado confuso en el ambiente, Juan ha llegado a casa y la a encontrado sola, vacía y desierta, un silencio espantoso ensombrece la casa; allí en la soledad de la habitación él yace muerto tirado sobre el piso con un puñal en el pecho... mientras ella en alguna parte de la ciudad, hace el amor con J....

Litzardo Rivas

Comentarios

Raúl Marín ha dicho que…
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