Para aliviar las horas tristes
de mi callada soledad
me basta… ¡saber que tú existes!
y me acompañas y me asistes
y me infundes serenidad.
Ernesto Noboa y Caamaño
tengo una espina clavada en el corazón
tu eterna caricia sobre mi rostro me acompaña,
madre la ternura impoluta de tus manos solloza
mi verso de noche,
la luna salpica de insomnio tu brisa perfecta.
Cada noche te contemplo en el más íntimo de mis silencios,
el resplandor perfecto de cabellos
me consuela desde tu cielo,
clareando mis miedos desde el crepúsculo.
Madre, quisiera tejer mis recuerdos con una infinita sonrisa,
cuando tejías para mí, un chaleco para disipar mis angustias.
el perfume de tu rosa me acompaña noche a noche
como niño indefenso me cobijas,
para consolar mis dolencias y así,
noche a noche, me abrazas para disipar mi congoja.
Litzardo Rivas
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